martes, 21 de mayo de 2013

Hay que educar.

¿Qué es educar?

Soy de la opinión de que educar no es jugar, ni entretener, sino que consiste en adquirir las destrezas, acumular conocimientos, despertar inquietudes activas en el alumnado y muy importante: aprender formas de convivencia que eviten el capricho del mal criado.

Cuando un niño comete un acto de indisciplina en el colegio, donde no conoce del todo a su profesor, pienso que es que en su casa está cansado de hacer lo mismo, pero allí le sonríen o no le prestan atención.


No es lo mismo la inserción que la reinserción, y creo que para reformar están los reformatorios no los colegios. Cuando un alumno con su dañina y perjudicial actitud en clase, priva a otros compañeros de su derecho a la educación, está cometiendo un delito, y creo que tanto el docente como la familia debe "hacer algo" para proteger a los alumnos que lo hacen bien. 

La realidad, es que la cultura de los alumnos ha disminuido a niveles alarmantes, convirtiéndose en alumnos poco trabajadores, que tienen más información pero menos formación, por lo que son más incultos e inevitablemente, son más inmaduros. Muchos padres argumentan, perjudicialmente para sus hijos, que como lo tienen todo, no valoran el esfuerzo que cuestan las cosas que valen la pena. Desde mi punto de vista, en educación lo que más cuesta no es poner límites, sino mantenerlos con convencimiento. 
¡No debemos tener miedo a estar bien educados!

Puedo decir que la mejor prevención en educación, es la intervención temprana. Muchos padres se quejan de que los niños no vienen con un manual bajo el brazo. 

A continuación propongo las siguientes reglas básicas que seguramente harán que, el camino que supone educar, sea mucho más sencillo:


Primero. Volumen y tono de conversación. Conseguir que le hagan caso no es cuestión de hablar alto. El poder está más en lo que se dice, en las consecuencias que conllevará no hacerlo a la primera, en la coherencia y en ser muy disciplinado con las rutinas. Si quiere que sus hijos le respeten, empiece por respetarles a ellos, nadie quiere obedecer a alguien que no se muestra seguro y relajado.

Segundo. No dé órdenes contradictorias. Dígale lo primero que tiene que hacer, y cuando haya finalizado, lo segundo. Si su hijo tiene edad para memorizar varias órdenes, enuméreselas, dígale cuál es su prioridad, no espere a que él la sepa porque el tiene las suyas propias.

Tercero. Imaginación. El juego genera un ambiente relajado en el que apetece más aprender y obedecer.

Cuarto. No quiera modificar en su hijo todo lo que le molesta de una vez. Si se pasa el día diciéndole lo que hace mal, terminará por cargarse su autoestima. Elija una conducta a modificar, y céntrese en ella, cuando lo consiga, siga con otra.

Quinto. Cuando corrija o muestre su enfado con ellos, no los ridiculice, ni haga juicios de valor. Si lo hace, terminarán por comportarse conforme a las expectativas que se han puesto en ellos y les afectará a la autoestima. Es mejor decir: “No me gusta ver tu cuarto desordenado; por favor, guarda los juguetes en las cajas”, a decirles: “Eres un guarro, qué asco de dormitorio”. 

Sexto. Sea constante. Aquello muy importante, basta con que lo argumente una vez, no busque más razonamientos porque su hijo no los necesita. Simplemente busca ganar tiempo para no hacer lo que tiene que hacer. Dígale: “Cuanto antes empieces, antes podrás disfrutar de lo que más te gusta”. Negocie lo que sea negociable y no sea precedente con lo que no lo es.

Séptimo. Paciencia y calma. Las personas que transmiten con paciencia son más creíbles y generan un ambiente más cálido y relajado. 

Octavo. No se contradiga con su pareja. Los niños tienen que saber que la filosofía y la escala de valores parten de los dos. Si no, estarán chantajeando a uno y a otro, fomentando el engaño para conseguir lo que quieren. Todo aquello en lo que no estén de acuerdo, háblenlo en la intimidad y negocien.

Noveno. Nunca levantes los castigos. Es preferible aplazarlo pero que sea efectivo y lo cumpla, que imponer uno muy duro fruto de la ira y que luego desaparezca.


Décimo. Mejor que el castigo, es el refuerzo. Significa prestar atención a lo que hace bien y decírselo. Si continuamente centra la atención en lo que hace mal y le corrige y se enfada, su hijo aprenderá que esta es la manera de llamar su atención. Todo lo que se refuerza, se repite. Al niño le gusta que sus padres estén orgullosos de él.

Recuerde lo más fundamental: Hasta la adolescencia, no hay figuras más importantes que los padres, si trata de educar en una dirección, pero se comporta en otra, será inútil. Los hijos copian, imitan, son esponjas. Educar con acciones tiene mucho más impacto que con palabras.



Fuente: periódico El País (http://elpais.com/elpais/2013/03/21/eps/1363892577_310225.htmll)

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